EVANGELIO GAUDIUM.
Capítulo
Tercero.
EL ANUNCIO DEL
EVANGELIO.
0. INTRODUCCIÓN.
El Papa Francisco dedica el tercer
capítulo a la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, que debe primar
en toda actividad evangelizadora (EG 110). Este anuncio lo realizada todo el
Pueblo de Dios (I), otorgando un lugar especial a la homilía (II), a la
preparación de la predicación (III) y a la evangelización para profundizar el
kerygma por la catequesis, la educación, el
acompañamiento personal, dando centralidad a la Palabra de Dios (IV).
Capítulo III
110. No hay
evangelización sin proclamación explícita de que Jesús es el Señor.
Si la Iglesia “debe
cumplir sus destino providencial, la evangelización, como predicación alegre,
paciente y progresiva de la muerte y resurrección salvífica de Jesucristo, debe
ser nuestra prioridad absoluta.” (Juan Pablo II)
I.
TODO
PUEBLO DE DIOS ANUNCIA EL EVANGELIO.
111. La evangelización es una tarea de todo el pueblo de Dios, nadie está
excluido.
Ella no está reservada ni puede
ser delegada a un grupo particular. Todos los bautizados están directamente
involucrados en la evangelización.
Un pueblo para todos.
112. La Iglesia es
enviada por Jesucristo como sacramento de la salvación ofrecida por Dios.
Cristo es la luz de los pueblos
que desea iluminar a todos los hombres
y mujeres, para anunciar el Evangelio a
toda criatura (Cfr. Mc 16,15)
con la claridad de Cristo. Dios
ofrece la salvación a todos y como pueblo.
El Concilio Vaticano II,” …se dirige no sólo a los hijos de la Iglesia católica y a
cuantos invocan a Cristo, sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a
todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual.”
113. Todos somos
invitados a formar parte de este pueblo que es la Iglesia.
114. La Iglesia es el
lugar de la misericordia gratuita, en el que todos puedan sentirse acogidos,
amados, perdonados y alentados a vivir según el Evangelio.
Un pueblo con
muchos rostros.
115. Un
solo pueblo, aunque las culturas sean distintas.
La índole social del hombre
demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia
sociedad están mutuamente condicionados, porque el principio, el sujeto y el
fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la
cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. (GAUDIUM ET SPES,
25)
Naturaleza y
cultura están unidas estrechísimamente. El Pueblo de Dios se personifica en
los pueblos de la tierra, cada uno con
su cultura propia y diferente, que viene a determinar la manera que tienen sus
miembros de relacionarse entre sí y con Dios, ya que el ser humano, por su
propia naturaleza, viene programado para relacionarse con los demás y para
vivir en comunidad.
116. El
cristianismo tiene el rostro de todas las culturas que lo han acogido.
Toda cultura propone valores y formas
positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el
Evangelio.
117. La
evangelización debe respetar todas las culturas y no imponer ninguna cultura
concreta. La Iglesia no puede ni
debe sacralizar su propia cultura.
En ocasiones, el mensaje explicado no se ha
identificado con la diversidad de culturas
y tiene un contenido transcultural impuesto, cayendo en la vanidosa sacralización de la propia
cultura, a la vez que mostrando más fanatismo que auténtico fervor evangelizador.
La inculturación del Evangelio no
se realiza imponiendo a las personas los valores evangélicos, sino
presentándoselos para que ellos mismos, libremente, los asuman en sus culturas.
La Evangelización, misión de la
Iglesia, es también la encarnación de los valores del Evangelio en las culturas
de los hombres.
118. Un
ejemplo de respeto a la cultura de un pueblo: la Iglesia de Oceanía.
No podemos pretender que los pueblos de todos
los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron
los pueblos europeos en un momento de la historia; tenemos que ser respetuosos
con su cultura, con su estilo de vida.
La evangelización tiene y debe ser respetuosa
con las diferentes culturas de los pueblos y no superponer su cultura al de la
comunidad evangelizada, sino adaptarse a ella.
Todos somos discípulos misioneros.
119. Todos los bautizados somos llamados a evangelizar, porque sobre ellos
actúa la fuerza del Espíritu Santo que impulsa a evangelizar.
120. La nueva evangelización requiere el protagonismo de todos los
bautizados; todo cristiano es «discípulo misionero».
18Jesús se acercó a ellos y les hablo así: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra. 19Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt, 28, 18, 19, 20)
Es decir, en virtud del sacramento del
Bautismo todas y todos nos hemos
convertido en discípulos misioneros, independientemente que cuál sea nuestra
función en la Iglesia y el nivel de cultura de nuestra fe.
121. Cada uno evangeliza según la situación en que se encuentra y,
además, nuestra imperfección no debe ser una excusa, sino un estímulo constante
para no caer en la mediocridad y seguir creciendo.
La fuerza evangelizadora de la
piedad popular.
122. Los pueblos en los que se ha inculturado el Evangelio son, a su vez,
agentes de evangelización.
Cada
persona está inmersa en una cultura, de
ella depende y sobre ella influye; siendo, al mismo tiempo, hijo y padre de la
cultura a la que pertenece.
El catolicismo [piedad, religiosidad, espiritualidad, mística] popular
es una realidad viva que la encontramos “especialmente en los más necesitados”,
que hace referencia a: “las
expresiones propias que la gente del pueblo usa para encontrarse con Dios
y vivir su fe.”
123. La piedad popular se ha
revalorizado después del Concilio.
En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se
encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo.
124. La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe.
El Pueblo aborda la piedad popular desde el trípode evangelización, cultura y la opción por los pobres, que es
el esquema trasversal en el Documento
Aparecida y que sostiene el Evangelio
Gaudium.
125. Manifestaciones de la piedad popular: fe, oración, miradas,
gestos,…
126. Podemos aprender mucho de la piedad popular.
En el corazón de toda persona, como
en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre
presente la dimensión religiosa.
Persona a persona.
127. El anuncio del Evangelio es competencia de todos los seguidores
de Jesús.
Se trata de una tarea diaria, constante que nos compete a todos y a todas
para llevar el Evangelio a las personas más próximas conocidas y desconocidas
en la calle, en el trabajo,… teniendo muy presente que transmitimos actitudes.
128. El encuentro evangelizador y el anuncio fundamental: el amor personal
de Dios.
“No se puede evangelizar sin dialogar; porque uno debe partir justamente
desde donde está la persona que debe ser evangelizada”.
129. Cada lugar y cada situación requieren las actitudes y las formas
adecuadas, donde la audacia y la creatividad son indispensables.
La predicación del Evangelio debe ser expresada con fórmulas propias de
la cultura en la que se anuncia, provocando la síntesis con esa cultura
concreta.
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora.
130. La Iglesia es rica en dones del Espíritu Santo, claves para
renovar y edificar la Iglesia. Los carismas auténticos miran al corazón del
Evangelio.
131. Las diferencias entre personas y comunidades pueden ser
incómodas, pero también pueden ser enriquecedoras.
El respeto a la diversidad ayuda a la misión de la Iglesia, la
uniformidad impuesta la dificulta enormemente.
Cultura, pensamiento y educación.
132. La misma cultura puede ser instrumento de evangelización.
133. La teología tienen una gran importancia en la evangelización;
por esto, se invita a los teólogos a que no hagan teología de escritorio.
134. Las universidades y las escuelas católicas son un instrumento
privilegiado para pensar y desarrollar la evangelización de la cultura, aún en
situaciones adversas.
I. RESUMEN.
Todo el Pueblo de Dios anuncia
el Evangelio (111-134): en este
apartado el Papa recuerda que la salvación de Dios es “para todos” y que todos
están llamados a formar parte del Pueblo de Dios (112-114). Para el Papa,
“Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias
fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones
interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este pueblo que
Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia” (EG 113). Ese pueblo asume muchos
rostros, de modo que las enseñanzas del Papa se refieren a la relación entre el
Evangelio y las culturas (115-118). Para responder a quienes piensan que la
evangelización es tarea de algunos, el Papa insiste en que todos estamos
llamados a ser discípulos misioneros (119-121). Con estas precisiones, el Papa
reflexiona sobre la fuerza evangelizadora de la piedad popular (122-126),
señalando que “en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe
recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo” (EG 123). También
realiza una propuesta muy clara y accesible para una predicación informal
accesible a todos y en todos los lugares, a través de la evangelización persona
a persona (127-129), y sobre el lugar de los carismas al servicio de la
comunión evangelizadora (130-131). Finalmente, presenta algunas reflexiones
sobre la evangelización en el campo de la cultura, el pensamiento y la
educación (132-134).
II. LA HOMILÍA.
135. La homilía requiere una seria evaluación,
porque puede y debe ser una fuente de renovación y de crecimiento.
La homilía es la clave para conocer la cercanía o lejanía de un Pastor
con su pueblo; los fieles le damos una gran importancia y, por esta razón, a
veces, sufrimos al escuchar; otras, es el predicador quien sufre.
136. Dios quiere llegar a las personas a través del predicador.
El mejor ejemplo lo tenemos en Jesús: “se quedaban maravillados bebiendo
sus enseñanzas” (Mc 6,2); “venían de todas partes a escucharlo” (Mc 1,45);
“sentían que hablaba como quien tiene autoridad” (Mc 1,27)
El contexto litúrgico.
137. La homilía es el diálogo de Dios con su pueblo.
El
Pueblo de Dios se siente llamado a responder a este diálogo de amor con la
acción de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo tiempo su fidelidad
en el esfuerzo de una continua « conversión »; también se compromete a una renovación interior de las promesas
bautismales, que en cierto modo están implícitas al recitar el Credo.
138. La homilía debe ser breve y no es ni una charla ni una clase ni
una catequesis.
El sacerdote debe ser capaz de mantener la atención de la gente; en
ella, el Señor debe brillar más que el
ministro.
La conversación de la madre.
139. La homilía debe tener un tono maternal, el que predica debe
hacerlo como una madre que habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que
todo lo que se le enseñe será para bien, ya que se sabe amado. Además, porque
nos agrada que nos hablen en clave de “cultura materna”.
140. Este ámbito materno-eclesial debe favorecerse y cultivarse mediante
la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la
mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos.
141. El predicador debe servirle de ejemplo el diálogo de Jesús con su
pueblo.
«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, se las has revelado a pequeños»
(Lc 10,21).
Palabras que hacen arder los corazones.
142. Ni predicación moralista ni adoctrinadora ni exegética (interpretada).
La verdad va de la mano de lo sencillo, de la belleza y del bien. La
homilía debe comunicar amor.
143. En la homilía, el predicador es intermediario entre el Señor y su
pueblo.
Se trata de que la “mediación
esencial” entre los humanos y Dios no es “lo sagrado” y sus bellos
símbolos, sino “las relaciones humanas” y sus complicadas
exigencias. De forma que la “buena noticia” que trajo Jesús a este
mundo, comporta, antes que ninguna otra cosa, este anuncio sorprendente: la medida de nuestra lejanía o acercamiento
a Dios no está en la observancia de lo sagrado, sino en la relación con lo
humano
144. La homilía debe preparar para el abrazo misericordioso del Padre;
esta es otra dura, pero hermosa, tarea del que predica el Evangelio.
II. RESUMEN.
La homilía (135-144): el Papa otorga un lugar central de su
exhortación a la renovación eclesial en torno a la homilía en la convicción que
“la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu,
un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y
de crecimiento” (EG 135). El Papa la ubica en su contexto litúrgico (137-138) y
recuerda que “la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a
la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a
la celebración”. Señala como modelo “la conversación de la madre” (139-141) y
exhorta a dar palabras que hacen arder los corazones (142-144).
III. LA PREPARACIÓN DE LA
PREDICACIÓN
145. La predicación requiere estudio, oración, reflexión y
creatividad.
Necesidad de la preparación semanal. El predicador que no se prepara es
deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido.
El culto a la verdad.
146. El culto a la verdad consiste en tratar de comprender cuál es el
mensaje de un texto, es la humildad de corazón que reconoce que la Palabra
siempre trasciende, porque no somos “ni
los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los enviados, los
servidores”. Por consiguiente,
el texto bíblico es el fundamento de la homilía y su preparación requiere amor y paciencia; teniendo presente
que a Dios, sobremanera, le interesa una cosa: cómo nos relacionamos con los
demás, con mención expresa de aquellos que normalmente nos resultan más
desagradables: los que pasan hambre y sed, los que no tiene qué ponerse, los
enfermos, los encarcelados y los inmigrantes.
147. El predicador debe asegurarse de comprender las palabras y
descubrir cuál es el mensaje principal, el que estructura el texto y le da
unidad, de lo contrario corre el riesgo de lanzar un mensaje inconexo,
desarticulado que acabará por no movilizar a nadie; al tiempo que debe
comprender cuál es la finalidad del texto.
148. Otra de sus funciones es situar el texto proclamado en el
conjunto de la Biblia, para que no dé lugar a interpretaciones equivocadas
o parciales, que nieguen otras enseñanzas de las Escrituras.
La personalización de la Palabra.
149. Al predicador no le basta conocer el aspecto lingüístico o
exagético de la Palabra, que es necesario, necesita acercarse a ella con
amor, para que engendre dentro de sí mismo una mentalidad nueva, renovada.
Como dice san Pablo, «predicamos no buscando
agradar a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones» (1 Ts 2,4).
Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos que
predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de
la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).
150. El sacerdote debe comunicar a los demás lo
que ha experimentado al meditar en la
Palabra proclamada.
«No os
hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que tendremos un
juicio más severo» (Santiago 3,1). La Iglesia, el sacerdote tiene que escuchar
a los testigos, a los evangelizados.
151. El predicador debe manifestar el amor de
Dios y abrirse a la Palabra que él mismo anuncia, dejarse penetrar por
ella y permitir que el Espíritu Santo
actúe en él.
El
Señor quiere usarnos como seres vivos, libres y creativos, que se dejan penetrar
por su Palabra antes de transmitirla.
La
lectura espiritual.
152. Importancia de la lectio divin, lectura de la Palabra en oración.
Descubrir
qué dice el mensaje a la propia vida. Nunca hay que olvidar que a veces «el
mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).
153. El predicador tiene que dejarse interpelar
por el texto. ¿:?
Algunas
tentaciones pueden dificultar la labor del predicador: sentirse molesto o
abrumado y cerrarse; pensar que el texto
es para los demás, para evitar aplicarlo a su vida…..
Un oído
en el pueblo.
154. El predicador es un contemplativo, un
observador de la Palabra y del pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar; pero, como dice san
Pablo, «predicamos no buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que examina
nuestros corazones» (1 Ts 2,4). Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor
desea decir en una determinada circunstancia».
155. El predicador no debe responder a preguntas que nadie se hace.
La
“buena noticia” que trajo Jesús a
este mundo, comporta, antes que ninguna otra cosa, este anuncio sorprendente: la
medida de nuestra lejanía o acercamiento a Dios no está en la observancia de lo sagrado, sino
en la relación con lo humano y sus complicadas exigencias.
Recursos
pedagógicos.
156. Algunos predicadores creen saber lo qué
tienen que decir en la homilía, pero descuidan
el cómo, la forma, que, también, es un ejercicio de amor al prójimo,
de la misma manera que la extensión. “Resume tu discurso. Di mucho en pocas
palabras”.
157. El Predicador puede utilizar ejemplos;
pero también imágenes que acerquen a la vida. Una buena homilía debe
contener: «una idea, un sentimiento y una imagen».
158. El predicador tiene que usar el lenguaje
del pueblo, para llegar a él con la Palabra.
Es muy
importante el orden de la exposición, porque no es lo mismo sencillez que
claridad.
159. La homilía debe subrayar lo positivo y, lo
ideal, ser preparada en equipo.
III. RESUMEN
La preparación de la
predicación (145-159): para el
Papa, preparar la predicación “es una tarea tan importante que conviene
dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad
pastoral” (EG 145). El Papa pide que ante el texto bíblico, con la ayuda del
Espíritu Santo, se evite todo intento de manipulación, se haga un acto de amor
y se busque el mensaje central, en lo que llama un “culto a la verdad”
(146-148). Para el Papa es fundamental que el predicador viva la personalización
de la Palabra (149-151), pues “Jesús se irritaba frente a esos pretendidos
maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero
no se dejaban iluminar por ella” (EG 150). En particular, propone la lectura
espiritual o “lectio divina”, como “forma concreta de escuchar lo que el Señor
nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu”
(152-153). También insiste el Papa que el predicador tenga “un oído en el
pueblo” (154-155) y se detiene en la importancia de los recursos pedagógicos
(156-159).
IV. UNA EVANGELIZACIÓN PARA LA PROFUNDIZACIÓN
DEL KERYGMA (Proclamación.)
160. El misionero del Señor tiene un camino
continuo de formación y maduración. «enseñándoles a observar todo lo que os
he mandado» (Mt28,20).
161. La formación del misionero tiene que ser
vivencial, no sólo doctrinal.
Tenemos
el ejemplo de San Pablo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Ga 5,14) y de
Santiago: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (2,8).
162. Hay que dejarse transformar por Cristo.
“19Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el Nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20y enseñándoles a guardar
todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19 y 20).
Una
catequesis kerygmática y mistagógica.
163. La educación y la catequesis son una ayuda
relevante en el camino de la fe.
164. El primer anuncio es el centro de la evangelización:
“Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte y, ahora, está vivo a tu lado
cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte”.
165. Toda la vida cristiana es una
profundización del kerigma.
El amor
salvífico de Dios es previo a toda obligación moral y religiosa. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes: cercanía,
apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.
166. La iniciación mistagógica no ha sido objeto
de la atención debida; debe integrar todas las dimensiones de la persona en
un camino comunitario de escucha y de respuesta.
167. La catequesis debe dar importancia al
«camino de la belleza»; porque
anunciar, creer y seguir a Cristo no es sólo algo verdadero y justo,
sino también bello; urge, por tanto, encontrar nuevos signos y nuevos símbolos para
transmitir la Palabra.
168. La propuesta moral de la catequesis debe estar en su sitio y presentada de la
forma adecuada: alegre, bella, fiel al Evangelio.
El
acompañamiento personal de los procesos de crecimiento.
169. En un mundo despersonalizado como el
nuestro, es necesario hacer viva la presencia cercana de Jesús de manera
respetuosa, compasiva, al tiempo que sane, libere y aliente a madurar en la
vida cristiana.
170. El camino, que la catequesis indique, debe
conducir a Dios en peregrinación con
Cristo hacia el Padre.
171. En las catequesis necesitamos a hombre y
mujeres que sepan acompañar, ejercitados en el arte de escuchar, con mucha
paciencia y con una pedadogía que lleve a las personas a la asimilación del
misterio, para que sean capaces de tomar decisiones libres y responsables.
172. El acompañante debe conocer que cada
persona requiere una atención adaptada a sus circunstancias con grandes dosis
de paciencia y compasión con los demás.
173. El auténtico acompañamiento espiritual se
inicia y se lleva a cabo en el contexto de la acción evangelizadora.
En
torno a la Palabra de Dios.
174. La evangelización siempre está fundada en la Palabra de Dios, sobre todo en la
Eucaristía.
175. El
estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes;
éste debería ser un compromiso serio de las diócesis, parroquias y asociaciones
católicas, para que fecunde a las catequesis.
IV. RESUMEN
Una evangelización para la
profundización del kerygma (160-175): retomando la parte final del mandato misionero de Jesús, que pide que se
les enseñe “a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,20), el Papa dedica el
último apartado de este capítulo a la formación para profundizar el kerygma.
Aquí enfatiza la centralidad del kerygma, que “es trinitario: evangelización, cultura y la opción por los
pobres”. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos
hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos
comunica la misericordia infinita del Padre” (EG 164). Así, explica algunos
criterios para la renovación de la catequesis de modo que sea “kerygmática y
mistagógica” (163-168). Luego propone la importancia del “acompañamiento
personal de los procesos de crecimiento” (169-173) y señala la centralidad de
la Palabra de Dios (174-175).
EVANGELII GAUDIUM – Capítulo Tercero -
EVANGELII GAUDIUM. Adela y Leo.
CONCLUSIONES:
1.
Se detiene a evidenciar «el primado de la
gracia» que obra sin descanso en la vida de cada evangelizador (112).
2.
El tema del «inmenso papel desempeñado por
las diversas culturas en su proceso de inculturación del Evangelio y previene
sobre terminar cayendo en la vanidosa sacralización de la propia cultura» (117).
3.
Indica el itinerario fundamental de la nueva
evangelización en el encuentro interpersonal (127-129) y en el testimonio de
vida (121).
4.
Aboga por que la piedad popular sea
valorizada, pues ella expresa la fe genuina de tantas personas que en este
mundo dan un verdadero testimonio de la simplicidad del encuentro con el amor
de Dios (122-126).
5.
Hace una invitación a los teólogos para que
estudien las mediaciones necesarias a fin de lograr una valorización de las
distintas formas de evangelización (133).
6. La
homilía como forma privilegiada de evangelización, la cual necesita una
auténtica pasión y amor por la Palabra de Dios y por el pueblo que se nos ha
confiado (135-158).
7.
El
estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los
creyentes, con un compromiso serio de
las diócesis, parroquias y asociaciones católicas.
NOTAS
ACLARATORIAS
Inculturación o aculturación.1. f. Proceso de integración
de un individuo o de un grupo, en la cultura y en la sociedad con las que entra
en contacto.
Carisma . 1 f. regalo, don, gracia,
personalidad.
kerigma. (Del gr. κήρυγμα 'proclamación'). 1. m. Rel. En
la religión cristiana, anuncio de Jesús, el Salvador, que se hace a
los no creyentes. 2. m. Rel. Contenido
sustancial de la buena nueva de salvación, la muerte y resurrección de Cristo,
fundamento de la fe cristiana.
mistagógico, ca. (Del lat. mystagogĭcus, y
este del gr. μυσταγωγικός). adj. Dicho de
un discurso o de un escrito: Que pretende revelar alguna doctrina oculta o
maravillosa.
mistagogo. (Del lat. mystagōgus, y
este del gr. μυσταγωγός). 1. m. Sacerdote de la
gentilidad grecorromana, que iniciaba en los misterios. 2. Catequista que explicaba los misterios sagrados,
especialmente los Santos Sacramentos.
Mistagogía: palabra griega
significa literalmente:conducción de los iniciados hacia el misterio.
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