FAMILIA Y EDUCACIÓN
Siempre
he defendido la tesis de que la
Familia (padre y madre) es decisiva –para bien o para mal- en
la educación de los hijos y de las hijas; el Colegio también, pero a otro
nivel.
Compruebo, con más frecuencia de lo normal, que
cuando una madre recibe el boletín de notas de su hijo o hija y observa que
tiene un “montón” de “cates”; esta madre, sensible, amorosa y responsable, se
emociona y las lágrimas brotan de sus ojos. Se bloquea, no sabe que decir, no
sabe que hacer, no sabe a donde acudir, no sabe..., siente una opresión en su
pecho que le deja sin respiración. Al padre le ocurre igual, pero en otro
plano. Sien embargo, el hijo o la hija, el de muchos suspensos, no siente más que una
efímera contrariedad.
A
diario, observo a padres o madres que acompañan a sus hijos e hijas, alumnos,
de la ESO, a la
puerta del Instituto; llevando sobre sus espaldas o arrastrando el carro con la
pesada mochila de sus niños o niñas; ellos y ellas caminan delante o detrás con
las manos en los bolsillos, empuñando un chupa-chups o cualquier otro objeto.
También
observo a madres y padres que, a la hora del descanso, entregan el bocadillo a
sus hijos e hijas entre los barrotes del patio del Instituto, porque a éstos se
les olvidó o sencillamente porque el bocadillo de “tortilla de patatas” les
gusta “calentito”.
También
conozco a padres y madres preocupados por la Educación de sus hijos e
hijas, que asumen y apoyan las decisiones y orientaciones de los docentes y,
las críticas, si las hay, saben plantearlas con elegancia a quien y en el foro que corresponde.
Observo
a madres y a padres que acuden al Centro, sólo, para discrepar de la medida
adoptada con su hijo o hija, denunciar
al Profesorado por incompetente y/o por “tenerla tomada”, “tenerle manía”, “por la fama”... de su hijo o hija, criticar a los docentes por casi todo, sin
importarles dónde, ni ante quién; porque, hoy, la mayoría de los padres y de las
madres saben Psico-Pedagogía,
Didáctica, Logopedia, Matemáticas,… todo
el mundo quiere participar, opinar sobre el mundo de la Educación, lo hacen y,
de qué manera!!
Conozco
a Equipos de Docentes, preocupados por la Educación de sus alumnos y de sus alumnas, a veces desanimados, a veces abrumados,…
Compruebo,
cuando hablo con compañeros de otros Centros que esta percepción global de la
vida escolar en nuestros Colegios e Institutos es cada día más frecuente.
Pero ¿cómo y cuándo nace esta percepción tan
disparatada, tan distorsionada de los docentes, de la educación; cuál es su
origen? Todos los analistas coinciden en que su origen es multicausal y
reciente,…
Hoy, quiero reflexionar sobre una de las posibles
causas, a mi juicio, muy importante: el de
la sobreprotección que los padres y las madres ejercemos sobre nuestros
hijos e hijas.
Los datos, de que disponemos, demuestran que un
elevado porcentaje ( 70% ) de
alumnos y alumnas que presentan dificultades educativas significativas tienen
relación con pautas de comportamiento sobreprotector, bien por parte de la
madre, bien por parte del padre, o bien por parte de los dos.
Un
padre, una madre o ambos sobreprotectores piensan, creen ciegamente, que son
unos buenos padres, que se esfuerzan, que se implican en la educación, los
defienden a ultranza, por lo que sus hijos e hijas no tendrán ningún problema y
si los tuvieran para eso están ellos. Esta idea, a primera vista, buena,
loable, aceptable, defendible, en padres sobreprotectores, puede llegar a
convertirse en inaceptable,
indefendible y peligrosa, ya que puede, y de hecho ocurre en este tipo de
padres, transformarse en la siguiente argumentación: “si mi hijo o hija tiene
problemas, se deberá a que no estoy siendo buen padre o buena madre, a que no
me estoy esforzando lo suficiente, a que no me estoy implicando lo necesario, a
que no estoy defendiendo sus intereses
escolares adecuadamente”, dan una vuelta de tuerca más a su concepto de buen
padre o buena madre y, más sobreprotección. Por esto, nada preocupa más a unos
padres sobreprotectores que los errores y problemas de sus hijos o hijas, pues
tienen tendencia a ver esos errores y
problemas como propios, como signo de su fracaso, como botón de muestra de su
incompetencia.
Los
padres y las madres sobreprotectores les cuesta darse cuenta que, aunque ellos
lo hagan razonablemente bien, aunque se esfuercen y se comprometan, sus hijos o
hijas pueden equivocarse, pueden tener un “mal día”, o pueden tener sus propias
dificultades de carácter, de personalidad. Esta tipología de padres sufre
intensamente los problemas de sus hijos e hijas, como si fueran suyos, mientras
que los hijos e hijas apenas se dejan afectar por los mismos problemas, en este
sentido es curioso cómo, con frecuencia, junto a padres y madres excesivamente
responsables crecen hijos e hijas poco responsables.
Los
padres sobreprotectores evitan que las consecuencias normales de los errores de
sus hijos o hijas tengan lugar: si se olvida algo, se lo llevan al Colegio; si
no ponen el despertador se preocuparán por despertarle, si pierden algo se lo
reponen enseguida; si le imponen un castigo, se lo levantan o lo incumplen; ...
Los hijos o hijas de padres sobreprotectores viven en un mundo imaginario,
fantástico, irreal, dónde no sufren las consecuencias de sus errores,
porque sus padres impiden que eso
ocurra.
Y
¿cómo podrá aprender nuestro hijo o nuestra hija si lo guardamos en una burbuja
dónde nada frustrante pueda ocurrirle, dónde nada desagradable le afecte? Olvidan, no saben o no quieren saber que el
aprendizaje no es unidireccional, sino polidireccional y que en el ir y venir,
aprendemos; aprendemos de nuestros éxitos, de nuestros fracasos, de la reflexión, del análisis, de la
actuación y de la transformación que de
ellos hacemos. No quieren comprender que todo aprendizaje implica esfuerzo;
esfuerzo que es personal y que nadie, ni siquiera el padre o la madre, puede
hacer por el que aprende. Por esto, a los padres sobreprotectores les cuesta
tanto actuar con sus hijos o hijas, tomar decisiones, ser firmes, marcar
límites, establecer consecuencias claras, intervenir cuando las circunstancias
lo requieren, escuchar a otros padres, a otras madres, al profesorado, a los
compañeros de sus hijos, a sus propios hijos o hijas; en cambio, suelen
quejarse de casi todo, protestar por todo, reprochar a todos, gastar enormes
cantidades de energías en convencer a todos, creer ciegamente a su hijo o hija,
suplicar, persuadir a sus hijos e hijas de que deben mejorar y ser más
responsables, en definitiva, sermonear, a lo que su hijo o hija suele responder haciendo oídos sordos.
Pero
¿cuál es el origen de la sobreprotección?
Con mayor frecuencia de lo que pensamos, cuando los padres o/y las
madres sobreprotegemos con exceso a nuestros hijos o hijas se debe más a
nuestras propias carencias afectivas personales que a las de nuestros hijos o
hijas de ser protegidos. A menudo, volcamos en nuestros hijos e hijas
conflictos personales de carácter afectivo mal resuelto o, aún, sin resolver,
que acaban haciéndose muy presentes en nuestra manera de actuar, de educar, de
relacionarnos con nuestros hijos o hijas y con todo lo que a ellos les afecte.
Si nuestro propio padre o/y madre se mostró distante afectivamente; si, en su
día, no sentimos suficientemente la cercanía y el afecto de nuestro padre o/y
madre, es seguro, que nos volquemos con nuestro hijo o hija a darle cuanto nos
faltó cuando nosotros éramos pequeños, es nuestra propia necesidad la que nos
mueve a actuar así y no la de nuestro hijo o hija. Erróneamente, seguimos
manteniendo que el ideal de buen padre o buena madre es aquel que se rige por
el principio: “como de pequeño nada tuve, que a mi hijo o hija nada le falte”.
Por esto es importante, para los padres y madres no dejarnos llevar por actitudes
sobreprotectoras, que hagamos un esfuerzo personal conducente a diferenciar a
aquellas necesidades que nacen de nosotros y de lo que no tuvimos, de aquellas
otras necesidades y carencias que son propias de nuestros hijos o hijas.
Dejemos
que nuestros hijos y nuestras hijas se equivoquen, permitamos que las
consecuencias de sus equivocaciones les afecten. Dejemos de pensar que podremos
sustraer a nuestros hijos e hijas de sus propios fracasos a base de sermones
interminables y redundantes que a nada conducen. Pensemos que transmitimos actitudes. Seamos
conscientes de que nuestros hijos e hijas habrán de crecer gracias a las
pequeñas y las no tan pequeñas contrariedades de la vida y que nuestro papel
como padres y madres será el de apoyarles en la superación de las adversidades,
no el de evitárselas. Tengamos presente que aquellos niños, niñas, adolescentes,... que tienen una buena tolerancia a la
frustración de cada día, se sienten más confiados, más seguros en sus
posibilidades y son menos dependientes de sus mayores para resolver sus
problemas.
“No volvamos atrás, sería de ignorantes;
¿acaso no aprendimos nada?
Pedro Merchán Sánchez.
Dptº Orientación. IES San Pablo. Sevilla.-