Hace unos días conversábamos un grupo
de amigos sobre la inteligencia, sus manifestaciones, funciones, clases y el
uso que de ella hacemos diariamente. En este diálogo salía a colación el
certero planteamiento que sobre el tema hace en “La inteligencia fracasada”,
J.A. Marina y siguiendo a este autor:
Decíamos que algunos psicólogos definen la inteligencia
como la capacidad de dar respuesta ante una situación determinada; es decir,
que la inteligencia no sólo depende de lo que se es o se tiene, si no también
de la situación en que la persona se encuentra. Otros, manifiestan que es la
capacidad que tiene el ser humano de resolver situaciones problemáticas nuevas.
Otros, hablan que es la capacidad de dar respuesta a los problemas que la vida,
día a día, te plantea. Podemos observar que tanto en unos como en otros los
conceptos difieren poco.
En lo que si parece haber unanimidad es
en que una de las funciones primordiales de la inteligencia es la de permitir
“salir airoso” de las diferentes situaciones en las que la personas pueden
encontrarse. Es decir, si la situación es médica, “salir airoso” consistirá en
realizar una magnífica intervención médica; si es docente, transmitir de manera
coherente, didáctica y pedagógica conocimientos-actitudes; si es afectiva,
hacer feliz a la otra persona.
No obstante, la inteligencia, a veces,
no consigue realizar bien sus deberes. Leamos un ejemplo real: “un alumno
intelectualmente brillante, inteligente, según los tests psicológicos, inmerso
en los avatares de la adolescencia y juventud; un buen día se percata de su
gran capacidad intelectiva y decide utilizarla; sus compañeros y compañeras le
parecen torpes, su profesores y profesoras, mediocres y su familia,
desestructurada. Es capaz de “conquistar” a un grupo de compañeros y compañeras
rebotados del Centro, de la enseñanza; se erige en el jefe, en el líder de la
pandilla; porque le gusta manipular y manejar a los demás; los conduce,
hábilmente a sustraer pequeñas cosas, a entorpecer el normal desarrollo del
trabajo en clase,…; el dinero le atrae grandemente; “juega” con las drogas, el
alcohol,…; abandona el instituto, porque “la educación, el aprendizaje está en
la calle”. Acaba de cumplir veinte años, aunque aparenta muchos más. Alguien de
nuestro grupo comenta que está en prisión con sentencia firme por consumo y
tráfico de drogas. Realmente, ¿es tan inteligente este alumno como decían los
tests psicológicos?
Concluíamos nuestra charla con un
símil con el que admitíamos que la inteligencia es como un edificio y que una cosa es la solidez
de la estructura, capacidad intelectual y otra, el amueblar el edificio, uso
que de esa capacidad intelectual hacemos; manifestando que una persona muy inteligente puede usar su inteligencia estúpidamente
y que la esencia del fracaso intelectual está en la distancia que existe entre ser
inteligente y comportarse inteligentemente.
Pedro Merchán
Sánchez.
Sevilla a 20
de Enero de 2009.
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