SAN PEDRO
Su nombre de pila era Simón, y fue el mismo Jesucristo
quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de
Cefas, que significa "Pedro" o “piedra”.
Simón de Betsaida: bronco y tierno como una ola del
mar de su patria, fogoso y sencillo como un mílite de las legiones romanas.
Una de las figuras más humanas y más encantadoras que
desfilaron por la órbita divina del Evangelio de Jesús de Nazaret. Con su barca
y sus llaves, con sus dichos y sus hechos, con sus pecados y sus lágrimas, la
personalidad histórica, San Pedro encuadra a todo el apostolado de los Doce y
atrae por su fe ardiente y por su cálido humanismo, la simpatía y el amor de todas
las generaciones cristianas.
Vehemente y francote
por temperamento, un poco o muchos pocos “presuntuosillo”, transparente y casi
infantil en la manifestación de sus espontáneas y más íntimas reacciones
psicológicas, encontramos en la veta de sus valores morales un alma bella, un
gran corazón, una lealtad, una generosidad, unas calidades humanas tan
entrañables y subyugantes que aún hoy, a distancia de siglos, la fragancia de
su recuerdo perdura y atrae la simpatía y la confianza de las generaciones
cristianas.
El evangelista San
Juan nos narra el primer encuentro de Jesús con San Pedro con la simplicidad de
estas palabras: “Andrés halla primero a su hermano Simón y le dice: Hemos
hallado al Mesías. Llevole a Jesús. Poniendo en él los ojos, dijo Jesús: Tú
eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas" (Lc. 1, 41-42).
Al primer llamamiento
vocacional de Jesús, el corazón de Pedro, abierto siempre a todo lo grande y
generoso, abandona todo lo que tenía; poco, ciertamente; pero todo lo deja por
seguir a Cristo con la confianza de un niño, el ardor de un soldado. Algo
especial vio Jesús en la humanidad cálida y abierta del antiguo pescador de
Betsaida, cuando, por un acto de su misericordiosa predilección, le elige para
la misión de "pescador de hombres" (Lc. 5, 11), para ser la piedra
fundamental de la Iglesia (Mt. 16, 18) y cabeza suprema de los doce apóstoles y
de toda a cristiandad (lo. 21,15-17). Para ser el predilecto entre los tres
apóstoles predilectos de Cristo, otorgándole la promesa y la garantía de una
asistencia especial, a fin de que su fe no vacilara y confortara la de sus
hermanos (Lc. 22,31).
La fe ardiente y el
amor profundo de Pedro a Jesús constituyen los trazos más destacados de su
semblanza y de su vida toda. Basta evocar el recuerdo de estos pasajes
evangélicos y de la vida de Pedro: su confesión en Cesarea de Filipo, su
actitud después del discurso anunciador de la institución de la Eucaristía, en
el lavatorio de los pies de los apóstoles en el Cenáculo, en el prendimiento de
Jesús en el huerto de los Olivos, en las lágrimas amargas que empezó a derramar
después de la caída de sus tres negaciones, en su carrera madrugadora hacia el
sepulcro de José de Arimatea, en su lanzamiento al agua y entrega total de la
pesca milagrosa para llegar pronto y obedecer sin regateos al Maestro, en el
testimonio y en la forma de su martirio.
Amor que fue siempre
correspondido, y con predilección, por Jesucristo, como se transparenta —entre
otras ocasiones— en el encargo expreso que las piadosas mujeres recibieron del
ángel en el alba de la mañana de la Resurrección: "Decid a sus discípulos
y a Pedro... (Mc. 16,7).”
Pedro Merchán Sánchez
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