LAICIDAD
CRISTIANA
José M.
Castillo, Teólogo.
El Evangelio es la piedra dura en la que
siempre nos vamos a partir los dientes sin poder digerirlo y asimilarlo por
completo y de verdad. Porque hay algo, en el mensaje de Jesús, que no nos entra
en la cabeza. Se trata de que la “mediación esencial” entre los
humanos y Dios no es “lo sagrado” y
sus bellos símbolos, sino “las
relaciones humanas” y sus
complicadas exigencias. De forma que la “buena
noticia” que trajo Jesús a este mundo, comporta, antes que ninguna otra
cosa, este anuncio sorprendente: la medida de nuestra lejanía de Dios o de
nuestra acercamiento a Dios no está en la observancia de lo sagrado, sino en la
relación con lo humano.
Cuando Jesús habló del juicio final (Mt. 25,
31-46), el juicio definitivo y último que Dios hará de la historia, de las
naciones y de los individuos, una cosa queda clara: el Evangelio no hace
mención alguna, en ese momento decisivo, ni de la fe ni de la religión, ni
siquiera de Dios, sino únicamente de la relación que cada cual tuvo y mantuvo
con lo humano, con lo más humano que hay en la vida, que es el sufrimiento de
quienes peor lo pasan en este mundo. Si el Evangelio tiene razón, queda patente
que, en última instancia, a Dios sólo le interesa una cosa: cómo nos relacionamos
con los demás, con mención expresa de aquellos que normalmente nos resultan más
desagradables: los que pasan hambre y sed, los que no tiene qué ponerse, los
enfermos, los encarcelados y los inmigrantes. Está visto que, si Jesús decía la
verdad, eso es lo que importa a Dios. Y es en lo que Dios se fija. Exactamente
la misma enseñanza que se desprende de la parábola del buen samaritano (Lc 10,
30-35). Por algo será que, esa historia, los que pasan de largo, ante el hombre
robado, apaleado y moribundo, son precisamente los representantes oficiales de
la religión, mientras que el hereje samaritano es el que se nos presenta como
modelo a imitar. Por una sola razón: porque, aunque las creencias del
samaritano no andaban “como Dios manda”, aquel
individuo, tan poco religioso, al darse de cara con el sufrimiento humano, “se le
conmovieron las entrañas”, que es lo que literalmente dice el Evangelio
(Lc 13, 33).
Ahora bien, esto es lo que nunca acabamos de
integrar en nuestras vidas. Seguramente porque, mientras “lo sagrado” nos da
seguridad, dignidad y poder, la “relación con lo humano” es fuente
incesante de problemas. A fin de cuentas, lo sagrado es un objeto que nosotros
manejamos, en tanto que las relaciones con otras personas provocan situaciones
en las que probablemente no tengamos más salida que dejarnos manejar. Por eso
nos resistimos con uñas y dientes a aceptar que Jesús, efectivamente, le dio
otro sentido, otra orientación a la experiencia de lo religioso.
Esta nueva orientación consiste, nada menos,
en que la religiosidad que arranca de Jesús no es ya la religión de lo “sagrado”, sino la religión de lo “humano”,
es decir, la “religión laica”, que hoy unos no entienden y otros combaten
como el enemigo número uno a batir, precisamente por los más religiosos de
siempre. En esto está ahora mismo el fondo del problema. Desde hace unos años
se viene hablando de la “metamorfosis de lo sagrado”, como un
fenómeno característico de nuestro tiempo. En realidad fue Jesús quien anunció
la metamorfosis, la desencadenó y la puso en marcha.
Sevilla,
15 Diciembre 2005.
pdromersán.
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