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lunes, 26 de noviembre de 2012

LAICIDAD CRISTIANA


LAICIDAD CRISTIANA

José M. Castillo, Teólogo.

El Evangelio es la piedra dura en la que siempre nos vamos a partir los dientes sin poder digerirlo y asimilarlo por completo y de verdad. Porque hay algo, en el mensaje de Jesús, que no nos entra en la cabeza. Se trata de que la “mediación esencial” entre los humanos y Dios no es “lo sagrado” y sus bellos símbolos, sino “las relaciones humanas” y sus complicadas exigencias. De forma que la “buena noticia” que trajo Jesús a este mundo, comporta, antes que ninguna otra cosa, este anuncio sorprendente: la medida de nuestra lejanía de Dios o de nuestra acercamiento a Dios no está en la observancia de lo sagrado, sino en la relación con lo humano.

Cuando Jesús habló del juicio final (Mt. 25, 31-46), el juicio definitivo y último que Dios hará de la historia, de las naciones y de los individuos, una cosa queda clara: el Evangelio no hace mención alguna, en ese momento decisivo, ni de la fe ni de la religión, ni siquiera de Dios, sino únicamente de la relación que cada cual tuvo y mantuvo con lo humano, con lo más humano que hay en la vida, que es el sufrimiento de quienes peor lo pasan en este mundo. Si el Evangelio tiene razón, queda patente que, en última instancia, a Dios sólo le interesa una cosa: cómo nos relacionamos con los demás, con mención expresa de aquellos que normalmente nos resultan más desagradables: los que pasan hambre y sed, los que no tiene qué ponerse, los enfermos, los encarcelados y los inmigrantes. Está visto que, si Jesús decía la verdad, eso es lo que importa a Dios. Y es en lo que Dios se fija. Exactamente la misma enseñanza que se desprende de la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-35). Por algo será que, esa historia, los que pasan de largo, ante el hombre robado, apaleado y moribundo, son precisamente los representantes oficiales de la religión, mientras que el hereje samaritano es el que se nos presenta como modelo a imitar. Por una sola razón: porque, aunque las creencias del samaritano no andaban “como Dios manda”, aquel individuo, tan poco religioso, al darse de cara con el sufrimiento humano, “se le conmovieron las entrañas”, que es lo que literalmente dice el Evangelio (Lc 13, 33).

Ahora bien, esto es lo que nunca acabamos de integrar en nuestras vidas. Seguramente porque, mientras “lo sagrado” nos da seguridad, dignidad y poder, la relación con lo humano” es fuente incesante de problemas. A fin de cuentas, lo sagrado es un objeto que nosotros manejamos, en tanto que las relaciones con otras personas provocan situaciones en las que probablemente no tengamos más salida que dejarnos manejar. Por eso nos resistimos con uñas y dientes a aceptar que Jesús, efectivamente, le dio otro sentido, otra orientación a la experiencia de  lo religioso.

Esta nueva orientación consiste, nada menos, en que la religiosidad que arranca de Jesús no es ya la religión de lo sagrado, sino la religión de lo “humano”, es decir, la “religión laica”, que hoy unos no entienden y otros combaten como el enemigo número uno a batir, precisamente por los más religiosos de siempre. En esto está ahora mismo el fondo del problema. Desde hace unos años se viene hablando de la “metamorfosis de lo sagrado”, como un fenómeno característico de nuestro tiempo. En realidad fue Jesús quien anunció la metamorfosis, la desencadenó y la puso en  marcha.


Sevilla, 15 Diciembre 2005.
pdromersán.

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